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02 noviembre 2020

¿QUE NOS ESTA PASANDO? ¿NOS QUEDAN ESPERANZAS? Un relato oscuro de Fernando García Echegoyen


Voy conduciendo por la Autopista de la Costa del Sol.  No llueve pero es un día gris, casi tan gris, tan oscuro como el horizonte que vislumbramos desde hace unos meses. Conduzco un Audi A 1 de alquiler en el que me ha costado acomodar mis cien kilos de peso. Vi viejo descapotable, (15 años de antigüedad y 430.000 kilómetros de viajes por nuestra piel de toro) murió el otro día cuando se partió el árbol de levas y cientos de pedacitos de acero decidieron irse a  hacer turismo por todo el motor.

 

-          “Lo siento, Fernando. Ya no hay motores para este coche”

Más que un diagnóstico mecánico fue como una sentencia. Echaré de menos al viejo cabrón. Han sido  muchas horas,  muchos kilómetros y  aventuras juntos. Acabo de repostar gasolina en una estación de servicio de la autopista  y he sido testigo de una bronca de esas que no se te olvidan. Dos pedorras de no más de veinte años, con más tetas que cerebro y un niñato imberbe y descarado, más o menos de la misma edad, tenían la gorda con el encargado de la gasolinera que se negaba a atenderlos por no llevar mascarilla. (bozal decían ellos)  Llevaban un coche de esos que tanto gustan a la gente joven y que seguramente les habría comprado papá. No veo a gente de ese tipo, esa edad y con ese cerebro (por su ausencia, digo) trabajando para comprarse un coche. Y cuantas gilipolleces he tenido que oír en los cinco minutos que he estado en la gasolinera. Al final, con dos cojones, se han ido sin gasolina.  Me ha complacido  ver  que  el muchacho de la gasolinera, con un par, se ha salido con la suya con toda la razón del mundo. La verdad es que tenía la espalda del tamaño de un armario ropero. Como muy bien ha dicho en un momento de la conversación

 

-          Lo único que me faltaba después de estar currando como un negro todo el día es coger el virus porque a vosotras no os salga del coño poneros la mascarilla. Ordinario pero efectivo ¡sí señor!

Entro de nuevo en la autopista. Está vacía. Prácticamente. Camiones se ven poquísimos. El tráfico de mercancías se está yendo al carajo al mismo tiempo que la economía. Si algo he aprendido a lo largo de los años y de las crisis económicas que me han tocado vivir es que uno de los síntomas de la recesión es la disminución del tráfico de  mercancías por carreteras. La ecuación es muy sencilla: hay crisis, la gente no consume, el comercio se muere. No sé si os pasará a vosotros, pero  me inquieta la soledad de la autopista, una de las que más tráfico soporta de nuestro país. La ausencia de vehículos y la oscuridad del día me hacen  pensar que me encuentro dentro de una de esas pelís o series postapocalípticas que tan de moda están. Parece que en cualquier momento se va a levantar un zombi en la cuneta de la  autopista. Por lo general mientras conduzco escucho música. Pero lo cierto es que mis cd´s  favoritos se han quedado en la guantera de mi difunto coche. Me decido a poner la radio y aunque no soy capaz de localizar mis emisoras favoritas doy con una que parece tener un animado debate acerca de temas de actualidad. ¡Para qué! El panorama que dibujan es también como para llorar. Pasan de los cincuenta y tantos mil muertos del COVID al tráfico de estupefacientes en las costas andaluzas, la llegada de pateras con emigrantes ilegales, los ERTES de los cojones, el paro galopante o, en un plano más frívolo, la última gracieta de los Morancos  en el programa ese de las hormigas. A pesar de que el presentador del programa le rogó a uno de ellos que no contara el chiste (parece que se lo había contado antes de empezar el programa), lo largó, con un par. Aunque soy andaluz y entiendo (aunque no me guste) el humor de los Morancos, confieso que este chiste no lo entendí. De hecho es una de las mayores ordinarieces y faltas de respeto que he oído en mi vida. ¿Lo habéis oído? Viene a decir algo así que para calmar los ardores sexuales de un chimpancé, lo llevan de putas a un asilo para que se acueste con una octogenaria.

 

Al final acabé apagando la radio. Recordé  aquello que tanto nos decían  durante el confinamiento: “De ésta vamos a salir siendo mejores, más fuertes”.  El clásico buenismo chachi piruli guay tan imperante en nuestros días. Postureo , hedonismo,  incultura y egoismo en grado superlativo. Los cojones, mejores. Los ancianos siguen muriendo solos en los geriátricos mientras el virus se sigue expandiendo por todo el país en una segunda oleada que ya veremos en qué acaba mientras que una legión de gilipollas y descerebrados se dedican a ir por ahí sin mascarillas y sin guardar las medidas profilácticas que los médicos han aconsejado. Niñatos organizando fiestas a las que acuden cientos de personas sin mascarillas, reuniones concertadas  a través de las redes sociales para contagiarse a cosa hecha. Personajillos de la noche que se dedican en una discoteca llena de gente a escupir al personal un buche de una bebida. Negacionistas  de esos que afirman que la tierra no es redonda y que el virus no existe y conspiranoicos  contándonos una películas que no sé muy bien si son para reír o para llorar. Algún día os contaré la teoría que me escribió uno de estos conspiranoicos. Hoy  no viene muy a cuento.

 

 La muerte se está enseñoreando de nuestro país. ¿Y sabéis por qué? Porque el relativizar  el valor de la vida humana se está convirtiendo en algo habitual. A un porcentaje  de la población española le importa tres leches los sufrimientos de los enfermos del COVID o las miles de personas que están perdiendo la vida por la dichosa enfermedad. Al igual que les importan una mierda los centenares de personas que se ahogan en el mar o mueren a bordo de pateras y cayucos intentando alcanzar nuestras costas. Sí, hablo de las de aquí, del sur de la península o de Canarias. No hay que irse a Grecia, Italia o Turquía. Son nuestras costas las que apestan a cadáveres de desheredados de la tierra desde hace ya bastantes años. Precisamente la actitud de la sociedad ante este problema antes del COVID fue  lo que me hizo darme cuenta de cómo la sociedad relativiza la muerte mientras se mira el ombligo y pide otra de gambas. Por cierto que ya he oído y he leído a alguno que otro afirmando que los ilegales tienen gran parte de la responsabilidad en la expansión de la pandemia.

¿Y quién tiene la culpa de toda esta desastrosa situación que estamos viviendo? No tengo ni idea. Supongo que nuestra clase política tiene gran culpa del asunto pero también he de reconocer que esa clase política es un producto de nuestra sociedad. Es, en cierto modo, una creación nuestra. ¡Sálvese quien pueda!  Personalmente no creo que nunca sepamos exactamente lo que ha sucedido y quién es el responsable. Ha habido demasiados muertos, demasiado dinero perdido y demasiados personajes públicos involucrados como para que los límites de lo que aquí ha sucedido, está sucediendo, queden claramente definidos.

Un cartel azul en la autopista me indica que ya estoy llegando a mi destino y me hace volver a la realidad sacándome de mis reflexiones. Lamentablemente la autopista sigue vacía. Abro la ventanilla. Ha empezado a chispear y huele a tierra mojada. Cojo una gran bocanada de aire y me prometo a mi mismo que aunque no sepamos qué es exactamente lo que está pasando, de dónde viene el virus y quién tiene la culpa de este puto desastre, yo no voy a rendirme. Ya me (nos) han hecho bastante daño como para hacernos perderla esperanza y sobre todo para renunciar a la vida, en definitiva a nuestra libertad. No soy una persona violenta. Pero el otro día saqué de un empujón de un ascensor en un conocido centro comercial a un cretino que no quería ponerse la mascarilla. Quiero decir con esto que ya se  han acabado las medias tintas y las buenas palabras y que  lucharé  con todas mis fuerzas y con los medios que sean necesarios para seguir siendo libre e intentando no contagiarme. Ya no voy a consentir que me vengan con historias y mentiras. No les perdono a los culpables (sean quienes sean) todos los besos que no he podido dar a mi madre o a mi ahijada en estos meses. O los buenos ratos que me he perdido con mis amigos  y con familia, en definitiva con la gente a la que quiero y con la que soy feliz.  Luchemos todos,  procuremos pensar y analizar todo lo que se nos presente en la vida. Pensad que nuestro único límite está en nuestra capacidad intelectual. Y si la desarrollamos seremos invencibles. Somos la sociedad civil, no lo olvidéis. Vienen tiempos muy oscuros, muy duros pero aún así estoy seguro     que sobreviviremos.

 

Besos y abrazos

 

Fernando José García Echegoyen

Naufragios.es@gmail.com

https://www.echegoyen.es