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02 noviembre 2020

EL JOVEN PILOTO.


El viento  sigue soplando fresquito de poniente desde que doblaron el Cabo Spartel. Poniente puro, de empopada lo que  ha animado al “viejo” a largar algunos velachos en los dos escuálidos palos del viejo vapor (viejo de cojones, suele decir el “nostramo”, natural de Santa Eugenia de Ribeira, con un acento gallego que no hay un Dios que entienda lo que habla). Cincuenta años de honrosos servicios (guerra de Cuba incluida) sobre sus cuadernas. Dos escuálidos palos, trinquete y mesana (prohibido hablar de palo mayor, niño le espetó el viejo al joven piloto nada más embarcar), una larguísima chimenea negra en candela con la contraseña de la compañía pintada a medio puntal. Proa de violín con bauprés e incluso un pequeño mascarón de proa que genera animadas discusiones entre la tripulación; los oficiales dicen que es un unicornio sacado del escudo nobiliario de los armadores. La marinería asegurada que es una especie de ratón con flequillo. En lo que están de acuerdo todos es en que es feo como el pecado. Popa en espejo, cachimbas por doquier, dos botes salvavidas por banda y puente descubierto. Un barco mercante como Dios manda, un viejo vapor de mediados del XIX y que vive sus últimas singladuras entrando en el siglo XX.

Toda una vida transportando mercaderías entre España y el Golfo de Méjico. Ron, caña, tabaco y café de Puerto Rico y Cuba. Algodón y duelas en Nueva Orleans y alguna escapada en tiempos de miseria a Argentina para cargar trigo. Cientos de miles de millas navegadas e innumerables correrías y aventuras e tiempos de guerra y corsarios con un par de naufragios de por medio, como cualquier barco veterano de la época que se precie.

Regresan a casa desde Cuba tras haber hecho escala en Tenerife. Están saliendo del Estrecho de Gibraltar y el “viejo” acaba de abandonar el puente. El cabrón, un viejo marino vasco, lleva habitualmente una boina pero para cruzar el Estrecho de Gibraltar siempre se pone la gorra azul con los galones de capitán dorados. El piloto no entiende esta curiosa costumbre de su capitán y suspira aliviado cuando se queda solo. La presencia del capitán en el puente le incomoda sobremanera. Se siente continuamente observado por el viejo marino y no se atreve a decir ni pío.

Da órdenes para cambiar ligeramente el rumbo a babor y pegarse a la costa española. Desde la bacalada de estribor contempla los últimos hitos de la costa Africana que van quedando ya por la aleta de esa banda. La mole del Sidi Musa, Punta Leona, la Bahía de Ceuta y por fin el Hacho con el faro de Punta Almina a sus pies. Sobrepasada ésta se distingue en la lejanía con mucha claridad gracias al poniente fresquito, el Ras el Aswad, el Cabo Negro. A babor acaba de pasar el Norte – Sur de ese cuerno que cierra la Bahía de Algeciras, el Peñón de Gibraltar rematado por Punta Europa.

Dejado atrás el Estrecho, el pilotín contempla en toda su grandiosidad el Mar de Alborán. Hoy se ven perfectamente las dos costas, la europea y la africana. Al joven oficial le encanta esta parte de la travesía. Siempre piensa que esas dos franjas de tierra rojiza y oscura, como la historia de ambas, abrazan al mar y por extensión a todos los barcos que lo surcan. Con los binoculares recorre la costa de España y se recrea con sus montañas: las Sierras Bermeja y de la Alpujata. La Sierra de Mijas, las Tetas de Málaga, la Maroma y ya casi en el horizonte de levante, los dos enormes centinelas  de turbante blanco; el Veleta y el Mulhacén.

-          ¿Puede haber algo mejor que navegar por este mar?- piensa el joven piloto.

 

 

Fernando José García Echegoyen

 naufragios.es@gmail.com

https://www.echegoyen.es