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03 noviembre 2020

Y LOS LOBOS GRISES TAMBIEN COMIAN PESCADO.

 
Me contaba mi abuela paterna que los pescadores de Melilla siempre decían que el día más
feliz de sus vidas fue cuando en sus pequeñas y destartaladas embarcaciones pudieron
permitirse poner un motor. Primero fueron sencillas maquinillas de vapor, casi cafeteras,
alimentadas por peligrosísimas calderetas que cada dos por tres daban a sus propietarios un
buen susto, o se averiaban dejándolos tirados en la mar y teniendo que echar mano de nuevo
de los odiados remos. Luego vinieron los motores diesel, poco más grandes que el motor de uncamión, pero que daban mucho mejor rendimiento (y menos disgustos) que las máquinas de vapor. 

 
Por lo que mi abuela me contaba, el barco de su familia era un palangrero. Calaban palangres, trasmallos e incluso a veces mariscaban por toda la zona marítima de Melilla. La Mar Chica, los farallones, el Cabo Tres Forcas, Punta Negri...........Se daba bien la pesca por aquel entonces. El mar no estaba tan esquilmado como ahora y siempre hacían buenos ranchos. Y si por cualquiercausa escaseaba la pesca siempre había otras formas de ganarse la vida: Sobre todo el contrabando y el tráfico de personas. Y cuando estalló la Guerra Civil, ambos contrabandos se convirtieron en una inagotable fuente de ingresos. Luego llegó la paz, o mejor dicho la victoria, y la escasez de determinados productos así como la necesidad de muchas personas de desaparecer o de irse a lugares con aires menos cargados de olor a muerte, hizo que los parientes de mi abuela vivieran unos tiempos muy florecientes. ! Menudos elementos estaban hechos!. Entonces el mar no era azul; era gris. Como gris era España y el alma de los españoles que sobrevivían como mejor podían en aquellos tiempos durísimos. Por ello nunca criticaré las muchas picarescas que se inventaban los españolitos para poder sobrevivir día a día. Luego llegó la Segunda Guerra Mundial. Y si bien siguió el contrabando de café, tabaco, licores, ropa y otras menudencias, el tráfico de personas varió sustancialmente en cuanto al tipo de desheredado al que había que desembarcar. Oficiales de inteligencia de los bandos contendientes haciéndose pasar por reporteros de guerra, desertores, refugiados de los países ocupados y en ocasiones, aprovechando que en Melilla había (y hay) un importante colectivo hebreo, familias de judíos, con las marcas de la estrella de David aún visibles en sus abrigos, y el miedo pintado en las caras de los críos incapaces de conciliar un sueño tranquilo pensandoque en cualquier momento de la noche podían aparecer los siniestros individuos de botasnegras y cascos de acero que te llevaban al lugar del que nunca se vuelve.
 

Una noche allá por 1942, mientras faenaban cerca de Cabo Negro, los protagonistas de esta
historia tuvieron una vivencia (la primera de una cuantas) que les iba a hacer también ganar un buen dinerito.

 La tripulación del barco estaba compuesta por cinco hombres: Antonio, el armador y patrón,

su hermano Pepe que iba de motorista, los hijos de ambos llamados al igual que sus padres

Antonio y Pepe y un morito cuyo nombre era algo así como Mimoh o Mimón, no lo recuerdo
ya con exactitud, y que llevaba con ellos desde los tiempos del remo. Hacía las veces de mozo y cuando estaba sobrio, era un estupendo trabajador al que solían pagar con unas monedas, algo de pescado y vino. Parece que los preceptos del Corán no habían calado en nuestro amigo. Aquella noche de verano del 1942 no había luna. Andaban desde hacía varias horas izando a bordo los palangres que habían calado el día anterior y la cosa no se estaba dando nada mal. Hacia las tres de la mañana hicieron un alto en el trabajo para comer algo y
recuperar fuerzas. Pan, un poco de guiso de pescado con patatas y guisantes calentado en un hornillo de campaña y una botella de vino que les rellenaban todos los días en la taberna que encontraban camino del puerto. Los cinco hombres sentados en la áspera cubierta, húmeda yllenas de escamas de pescado, charlando animadamente, disfrutando de aquel vino peleón que les quemaba la garganta y les alegraba el alma. Carcajadas, bromas, conversación ruda e intrascendente de los hombres de la mar descansando. Aquella noche como el moro estabasobrio la tenían tomada con el más joven de la tripulación, Pepe el hijo del motorista. A su tío le gustaba mortificarlo por el hecho de que había cumplido dos milis: una en Cartagena en el bando republicano y otra de casi tres años en San Fernando en el bando nacional "por gilipollas" como le gustaba a su padre recordarle. Apenas si corría brisa aquella noche. El Mar de Alborán estaba como un plato, la superficie con un brillo aceitoso, ya sabéis lo rarito que puede ser ese viejo cabrón, y su quietud únicamente era rota por el salto de un pez o el resoplido de algún delfín que se adivinaba saliendo a la superficie para curiosear como si intentara cotillear la cháchara de los pescadores, desde más allá del límite de la visibilidad de aquella oscura noche.

 
Un extraño ruido proveniente de la mar hizo que la conversación cesara de inmediato. Algo
había roto la superficie como a unos dos cables por la banda de estribor del pequeño
palangrero. Esta vez no era un delfín, ni una "buapalá" (como llamaban los pescadores al pez
espada). A juzgar por el estruendo que oían era algo grande, enorme que aún no podían ver.
Algún tipo de barco que, como venido del infierno, había aparecido en mitad de la nada.
- Pero...¿qué coño es eso? - exclamo el patrón.
Pepe, el hijo del motorista, con la cabeza inclinada como si así oyera mejor los sonidos que
provenían de la oscuridad, levantó la mano para hacer callar a sus compañeros.
- ¡Joder! -exclamó- es un submarino.
- ¡Pero qué dices niño!
- ¡sí, oíd las bombas! Están soplando lastres

 
Al oír la palabra "submarino" al morito se le fue el color de la cara y se escondió a toda
velocidad detrás de la timonera. A los demás un sudor frío comenzó a empaparles la espalda.
Todos habían oído hablar de las acciones de los submarinos alemanes en la zona e incluso
vieron saltar por los aires a un gran mercante en la misma bocana del puerto de Melilla el año

anterior. Y en más de una ocasión se habían encontrado con cadáveres que flotaban erguidos en la mar, sujetos por los chalecos salvavidas, con las caras despellejadas por la acción del sol y las cuencas de los ojos vaciadas por los picos de las gaviotas. Ellos se encontraban a bordo de un diminuto pesquero de madera de 8 metros de eslora. El submarino no tenía ni que dispararles. Un simple golpe con la proa y el palangrero y su tripulación se irían directamente al fondo del mar.

 
Poco a poco de la oscuridad fue surgiendo la silueta del buque de guerra. Desde el pesquero
los cinco tripulantes observaban cómo el submarino se les acercaba. A los pescadores
españoles se les antojaba enorme. Se distinguía perfectamente la vela, la superestructura
central en la cual se adivinaban sombras oscuras moviéndose así como el amenazador cañón de proa. En un momento dado comenzaron a oírse los motores diesel de la fantasmal naveque, en vez de abordarles o dispararles, viró sobre sí misma y se abarloó suavemente al
pesquero español. Tres hombres saltaron desde la cubierta del submarino a la del pesquero,
ágiles como gatos. Eran muy jóvenes y no llevaban uniforme. Camisetas mugrientas de
tirantes, pantalones cortos y unos gorrillos cuarteleros eran todo su atuendo. Llevaban
semanas sin afeitarse y a juzgar por el olor que desprendían tampoco es que se hubieran
lavado mucho últimamente.

 
El que parecía mayor de los tres, que por cierto llevaba un cinturón con la funda de una
enorme pistola al costado, les dijo, en español con fuerte acento alemán:

 
- Buenas noches señores. ¿Podrían vendernos pescado bitte?

 
Horas después cuando el pesquero arribó a Melilla no descargó la pesca. No traía pesca
alguna. Los cinco pescadores con una enigmática sonrisa (no se sabe si de alivio o de alegría) se fueron a sus casas y según me contaron con los bolsillos llenos de dinero pagado por los alemanes. El joven oficial que hablaba español resultó ser un antiguo instructor de la Legión Condor que había prestado servicios en la Escuela Naval de San Fernando durante la Guerra Civil aprendiendo algo de nuestro idioma allí.
Los pescadores siguieron haciendo negocios con los alemanes durante algún tiempo hasta quemeses después el submarino dejó de acudir a las citas concertadas. Tal vez regresaran a su base o tal vez........¡quién sabe! Una vez regalaron a los pescadores españoles un pequeño botiquín porque el patrón se había atravesado la mano con el anzuelo de uno de los palangres.

 
La tijeras de ese botiquín permanecieron en el costurero de mi abuela durante muchos años.
Yo mismo las usé en alguna que otra ocasión sin saber que procedían de un submarino
alemán. Eso me lo contó mi padre años después. Si llego a saber cuál era su origen....En fin.
Abrazos marineros a todos.
 

Fernando José García Echegoyen

naufragios.es@gmail.com

https://www.echegoyen.es