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08 noviembre 2020

A PROPOSITO DE LO DE LAMPEDUSA: DENEGACION DE AUXILIO EN LA MAR. UNA SENTENCIA DE MUERTE

 

¿Sabíais que la mayor parte de los náufragos no mueren ahogados? No, contrariamente a lo que piensa la gente, las víctimas de naufragio mueren de hipotermia, de frio. He estado “bicheando” por la red hoy, leyendo las inquietantes noticias del naufragio de Lampedusa . Inquietantes tanto por la magnitud, por la dimensión de la tragedia (resulta difícil de asimilar  que hoy por hoy se pueda producir un naufragio en Europa occidental con más de 300 muertos) como por los insistentes rumores en cuanto a que varios pesqueros han pasado por la zona y han hecho oídos sordos a las llamadas de las personas que flotaban en el mar.

La mayor villanía que puede cometer un marino, sea cual fuere  su especialidad, condición o formación, es ignorar a alguien que pide auxilio en la mar. Es algo que va mucho más allá de la comisión de un delito, de un delito grave además. Denegar el auxilio a una persona que ha caído de su embarcación al mar, bien en caso de hombre al agua o,  bien por naufragio es, simplemente,  condenarla a muerte. Si la persona no lleva chaleco salvavidas  el cansancio la vencerá en breve y se ahogará. Pero si lleva chaleco salvavidas o ha conseguido asirse a algún resto flotante, poco a poco irá enfriándose hasta morir de frio.

Recuerdo que en una de las navieras en las que navegué (no viene ahora al caso mencionar el nombre)  se rumoreaba que uno de sus capitanes, en activo por aquel entonces, había oído por el canal 16 de VHF la desesperada llamada de un mercante incendiado que estaba siendo abandonado por su tripulación. Y no acudió. Es más, ordenó al oficial de guardia apagar el receptor de VHF. Nunca supe si tal historia era cierta o no (en la marina mercante todas estas historias hay que ponerlas en cuarentena como dije en un anterior post). Un día me lo presentaron, si  no mal recuerdo en el puerto de Las Palmas y lejos de aquel estereotipo de “bestia parda” que me había formado a fuerza de oír hablar mal de él me pareció un tipo de lo más vulgar y anodino, algo afectado y muy aburrido.   La historia de la denegación de auxilio, fuera cierta o no,  se contaba de forma muy recurrente y había creado en torno a su persona una verdadera leyenda negra. Lo que sí que recuerdo con claridad es el enorme desprecio con el que miraban a esta persona otros compañeros.

Denegación de auxilio; el peor pecado que puede cometer un marino, la más despreciable de las acciones. Imaginad la escena: Es de noche. El barco se ha hundido en unos pocos minutos  y el tripulante que hace unos instantes dormía plácidamente en su litera o jugaba al tute con sus compañeros en la cámara flota ahora en el agua helada del mar gracias a su chaleco o asido a un gran trozo de madera. Está en estado de shock.  Tiene todo el cuerpo dolorido por los muchos golpes que se dado en cubierta y saltando al mar durante el abandono del buque y poco a poco nota como el océano va robándole temperatura a su cuerpo. El frío y el cansancio se van apoderando de  él. El sepulcral silencio  es únicamente roto por los pequeños e insistentes chapoteos  del agua que choca contra su chaleco salvavidas y contra los restos del naufragio que flotan a su alrededor. Si no aparece pronto un buque para prestarle auxilio el hombre sabe que en muy poco tiempo va a morir. La soledad unida a los dolores que padece, el cansancio, el frio, el miedo por estar flotando solo en medio de la nada, la incertidumbre acerca de lo que se puede aproximar a él bajo la superficie del mar  y otros miedos irracionales hacen que la desesperación comience a hacer mella en el náufrago. De repente algo capta su atención. El mortal silencio del océano vacío acaba de ser roto por un ruido, un sonido consistente en un golpeteo  monótono y lejano pero inequívoco: es el motor de un barco. El hombre se estira e intenta visualizar las luces de posición de la embarcación que parece acercarse al lugar en el que se ha producido el naufragio. El ruido del motor se va aproximando y el náufrago ya puede distinguir las luces de posición del buque que se encuentra a unos tres cables (algo más de 550 metros de su posición). Temblando por el frío, por el cansancio y por la adrenalina que recorre su organismo tras oír el ruido del motor, el náufrago comienza a gritar y a agitar los brazos, Ahora puede ver con toda claridad al barco, incluso cree distinguir la brasa del cigarrillo que un tripulante fuma en cubierta. Es un pequeño pesquero que va a pasar a no más de 40 metros de su posición. El hombre grita hasta desgañitarse al tiempo que agita desesperadamente los brazos. Pero no lo ven. O no quieren verlo. Poco a poco  la pequeña embarcación va alejándose del náufrago y la blanca luz de alcance que brilla en la toldilla del pesquero va haciéndose cada vez más pequeña al tiempo que el buque se aleja, dando la impresión de que se apaga al igual  que se apaga la vida y la esperanza del hombre que flota solo y aterrado en medio de un mar inmenso y vacío.

Cerrad los ojos e imaginaos a vosotros mismos en esa situación. Sólo así podréis tener una ligera idea, un pequeña percepción del pavor y de la desesperación que se apoderó de esos pobres  emigrantes de Lampedusa al ver que los barcos no se detenían para prestarles auxilio.

¿Lo peor de todo? Puestos a ser mal pensados, el considerar que si de veras esos pesqueros no se detuvieron a auxiliar a los náufragos lo hicieron porque se trataba de emigrantes ilegales. Probablemente si los náufragos hubieran sido europeos, otra gallo habría cantado. En fin. Si realmente esta situación se ha dado en este naufragio ojalá que la ley caiga con todo su peso sobre los individuos que ha protagonizado este incidente tan mezquino y trágico.

 

Abrazos marineros a todos

 

 

Fernando.José García Echegoyen

naufragios.es@gmail.com

https:www.echegoyen.es