El otro día, con motivo de la publicación aquí de los versos del código de abordajes, recordó uno de nuestros amigos el célebre refrán marinero español que decía: “A la proa, como a las señoras, nunca le des la espalda”. Al leerlo me vino a la memoria una anécdota de juventud que prueba lo efectivo que puede ser un refrán o un dicho a la hora de corregir o enmendar comportamientos.
Yo era muy joven. Mi primer embarque haciendo prácticas, en la Compañía Trasmediterránea y estaba de guardia en el puente con el segundo oficial, en la guardia de 16:00 a 20:00. Me encontraba observando el cuadro de alarmas que había en el puente de mando y que estaba en el mamparo de popa del mismo por lo que me encontraba, lógicamente, de espaldas a la proa. En ese momento entro el capitán (uno de los viejos dinosaurios de la compañía, con muchos, muchísimos años de mar). Al verme mirando el cuadro de alarmas me llamó:
- Eh, chaval, ven un momentito- dijo con un tono así en plan coleguita.
- Si don fulano, contesté de forma diligente.
- Dime una cosa: ¿Tú cuando estás con una mujer le pones el culo?
- ¿Peerdón? (A mí el color se me iba y se me venía de rojo luz de babor a blanco luz de tope)
- Lo que has oído, coño!
- Pues no don fulano, la verdad es que no - contesté acojonado y desconcertado-
- Pues ya sabes y que no se te olvide: “A la proa, como a las señoras, nunca le des la espalda”
Y no se me olvidó. Años después, ya navegando de oficial, os prometo que si por cualquier razón debía mirar hacia popa estando en el puente, siempre me volvía dando un respingo hacia la proa porque me venían a la memoria las palabras del viejo capitán. Es evidente que aquel puñetero refrán tuvo un considerable efecto pedagógico en mi persona.
Fernando José García Echegoyen
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