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31 octubre 2020

LAS LAGRIMAS DE AQUELLA ANCIANA.


Su hijo, su nuera y sus cinco nietecillos. Todos, absolutamente todos, habían perdido la vida en la naufragio. Ya no tenía a nadie. Ni nada. Y aún así todavia, un año después de la tragedia, seguía penando en este mundo del que, con toda su alma quería huir.

Las lágrimas no se secaron; simplemente se le acabaron.
El dolor se instaló en el pecho de la anciana para no abandonarla ya nunca. Habitaba en ella como una comezón sorda, profunda y hueca en la boca del estómago que la carcomía todos los días del resto de su vida, desde que se levantaba hasta que se acostaba.

Las preguntas sin respuesta, los porqués, las razones, las preguntas con las que intentaba encontrar alguna razón a aquella sinrazón poco a poco se iban desdibujando, desapareciendo. Acabó por darse cuenta que ni las repuestas más cabales iban a dar sentido a lo que había sucedido.


Al final, poco antes de que la encontraran muerta de pena junto a la humilde hornilla de carbón de su vivienda, su mente estaba ocupada dándole vueltas a una única cuestión:
¿Y dónde estaba Dios en aquel oscuro amanecer?

 

 Fernando José García Echegoyen

naufragios.es@gmail.com