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31 octubre 2020

LA MIRADA DEL CACHALOTE. UN PEQUEÑO RELATO DEL MAR OSCURO.

¿Sabíais que Moby Dick era, en realidad, un cachalote?  Pues sí.  La temible ballena blanca de Melville era una Sperm Whale,  denominación inglesa del cachalote, y que traducido libremente al español sería algo así como ballena de esperma debido a la gran cantidad de espermaceti, una  grasa blanquecina  muy usada en cosmética y perfumería , que almacena en su cabeza. Precisamente esta secreción ha sido la causa de la casi total extinción de muchas de las especies de cetáceos que habitan los mares del planeta.  Los cachalotes han sido especialmente valiosos para el hombre por un doble motivo: el espemaceti  y el ámbar gris, una secreción intestinal muy valiosa y que antaño era  también muy usada en perfumería.

El cachalote es uno de mis animales favoritos y sin duda el cetáceo que más me ha llamado siempre la atención. Me parece un animal prodigioso. Un enorme mamífero que puede alcanzar los 18 metros de largo y que es capaz de sumergirse a profundidades de hasta 600 metros (hay quien dice que más) nadando en vertical a una velocidad de  entre 1 y 3 metros por segundo. Y cuando alcanza esa oscura zona del mar, el cachalote se dedica  a la caza del que probablemente sea su manjar favorito: los calamares gigantes.

A pesar de la enorme presión a la que ha sido sometido por los balleneros y de los muchos peligros que hoy en día acechan a esta especie  (barcos, redes de deriva,  plásticos, contaminantes) el cachalote es todavía un animal relativamente abundante y muy fácil de ver. Yo lo he visto en muchas ocasiones. En lejanía es fácil de distinguir porque su soplo, en vez de salir recto hacia arriba como en otras ballenas, es como una explosión que va hacia delante, en un ángulo de entre 30 y 45 grados a lo sumo. Otras veces se los ve en la superficie del mar sesteando tranquilamente con sus crías y en otras ocasiones, cada día más frecuentes por desgracia,  los podemos  ver flotando muertos en la superficie del mar. Panza arriba, con su larga y delgada mandíbula abierta como si estuviera desencajada, apestando el  océano en un par de millas a la redonda.

Pero sin duda, el más maravilloso avistamiento de un cachalote que tuve la suerte de experimentar en mi vida fue  el salto que una de   estas criaturas hizo junto a mí,  a muy pocos metros. Pero no fue el salto lo que me maravilló o lo que hizo de aquella vivencia algo único e irrepetible. No. Lo que hizo que se me quedara grabada para siempre es que pude ver con absoluta nitidez el ojo de aquel  ser enorme y maravilloso. El ojo del cachalote, en relación con su corpachón, es diminuto, bastante difícil de ver a no ser que lo tengas muy cerca.

Recuerdo que era un domingo de verano, en torno a las cinco de la tarde. Navegábamos hacia Barcelona cargados de contendedores de plátanos. Yo estaba de guardia en el puente del barco. Tras marcar en la carta náutica la situación en la que nos encontrábamos, a unas millas al Este de la punta de la Media Naranja, salí al alerón de estribor a tomar un poco el aire. Y fue en ese momento, al apoyar mis brazos sobre el pasamanos del barandillado del alerón cuando el cachalote saltó. Una  mole grisácea de 18 metros de longitud que salió del agua en vertical como un cohete a unos 15 o 20 metros, no más, del lugar en el que yo me encontraba. Aquello no debió durar mucho más de un par de segundos. Pero fueron más que suficientes para poder ver el ojo del cachalote y darme cuenta de  que me miraba. Os juro que esa es la percepción que yo tuve de aquel encuentro. Por unos instantes aquel ser increíble venido de lo más profundo del Mediterráneo me miró, se fijó en mí. Y no os podéis hacer una idea de cuánto tenía de humano aquel ojo, aquella mirada.

Que tengáis un buen domingo. 

Fernando José García Echegoyen

naufragios.es@gmail.com

https://echegoyen.es