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31 octubre 2020

MIEDO. MI PRIMER RECUERDO DE CAMPILLOS


Desde aquella fría tarde  en la entré en el colegio hace ya treinta y ocho años,  he asociado el color blanco con el mes de enero. No por la nieve. ¡qué disparate! De esa tenemos poca en Málaga. Mientras miraba por las ventanillas del coche de mi padre en el que nos dirigíamos a Campillos pude comprobar que los almendros estaban floreciendo. Los cerros y barranqueras que flanqueaban aquella carretera recién inaugurada y que  pomposamente  denominaban “Nuevo Acceso a Málaga”, estaban alfombrados de almendros en flor que conferían al paisaje un inusual tono blanquecino. Tenía once años y supongo que hasta entonces no me había fijado en que los almendros aquí florecen en enero. Yo era un niño un tanto especial. Cuando me encontraba en una situación que me incomodaba  practicaba un extraño juego mental  que me abstraía de la realidad y  que consistía  en fijarme mucho en los detalles que llamaban mi atención y   almacenarlos en la memoria como pequeños tesoros que recuperaba de cuando en cuando. Aquella tarde sentía a mis padres que iban en el asiento delantero del coche a mil kilómetros de distancia y tenía especiales motivos para fijarme en cosas que en otras ocasiones  me hubieran pasado desapercibidas. Dios, ¡qué miedo tenía! Me llevaban interno a Campillos, el internado con peor fama de España. El lugar al que iban los malos estudiantes y los niños malos y en el cual, según se decía, los profesores tenían permiso para castigarte o incluso para pegarte a la más mínima infracción.

 

Fernando José García Echegoyen

 naufragios.es@gmail.com